sábado, 14 de marzo de 2009

Aceite a nuestra salud

Era tragicómico ver las líneas grises sobre la ciudad. Eran las estelas de inagotables soles y lunas que marcaban los compáses a la marcha de esta fría máquinaria. Comía polvo y respiraba vida como una sanguijuela arrojada al vacío. Los engranajes rechinaban y se soltaban, rodaban ladera abajo con rumbo aparente, pero perdidos en el trascendente sentido. Es cierto, muchas veces el metal nos maravilla con su brillar, pero tras él siempre ha caminado el congelado rumbo de nuestro azar.

[Stgo. en 100 palabras]



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