viernes, 25 de septiembre de 2009

Haz de agujas cristalizadas

El viento suele actuar como trasporte de esencias lejanas. Eso lo sabía en ese momento, pero también tiene su propia esencia, y trae lejanos ecos con él, como si de una colección se tratase.

Mientras avanzaba atravesando la noche, visualizó a su madre. Lejana e impávida, lo contemplaba a kilómetros de distancia. En sus ciclos había visto a su chiquillo crecer, desde que era una simple semilla, pasando por los primeros brotes de los que ella procuraba alimentar con plateados líquidos y sustancias que con el tiempo echarían raíces y solidificarían dentro, para formar lo que algunos suelen llamar fortaleza, u otros principio trascendente.

La extrañaba, pero no tanto. De un tiempo a la fecha había dejado de cumplir sus deberes de hijo. Sin embargo no era porque no quisiese, más bien porque era parte de lo que ella misma le había destinado. Le entrego la mortalidad entre la inmortalidad, y debía aprender poco a poco a habitar con ello. De tal modo sus pasos se concentrarían aquí, en estas dimensiones pseudo-limitadas, lejos de su regazo, de su protección.

Pero ella siempre vigila, incluso cuando tiene los ojos cerrados. Siempre recuerda a su pequeño, a quien le aguardan muchas cosas y nada a la vez. Es parte de la existencia misma que va descubriendo, y a pesar de esa incertidumbre a la que fue arrojado, al contemplarla lo hace con paciencia, a veces con desesperanza, o incluso con desesperación, y ella siempre exitiende sus brazos de luz que llegan al corazón, y envía caricias navegando sobre el viento.

En septiembre suele ser más cariñosa, y esa mezcla de hilos de plata con fríos vapores apacigua el corazón, hidrata el alma y clarifica la mente.

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